miércoles, 9 de noviembre de 2011

Mi Paco

-No Señor, ya se lo he dicho al policía con el que hablé en el metro.
-¿Está Vd. segura?
-¿Cómo no lo voy a estar si yo le empujé?
-¿Entonces?
-uhhhhh
-Si, María, lo que quiere decir el Sr. Juez es que cómo sabe quién es el muerto.
-No necesito que nadie replantee lo que yo digo. Las preguntas las hago yo y Vds. las responden. ¿Comprendido letrado? A ver señora López, empiece desde el principio.
-Oiga, ¿otra vez?
-Las veces que hagan falta. Empiece de una vez que no tengo todo el día.
-No se ponga asín hombre, ¿Desde cuándo quiere que le cuente?
-Por favor María, empiece desde el principio. ¿Conocía Vd. al difunto?
-¿Pues no le voy a conocer? si era mi marido.
-Al grano por favor que mi paciencia tiene un límite. Dígame lo que hizo esa mañana antes de salir de casa, y procure responder a mis preguntas de una manera clara y concisa.
-¿Cree que podrá?
- Mire Sr. Juez, como todas las mañanas me levanto a las seis para arreglar un poco la casa antes de salir. Después le preparo el desayuno a mi Paco y cuando él se va, recojo los cacharros y me marcho a trabajar. Sabe Vd. tal como están las cosas, procuro llegar pronto para que me el jefe me vea cuando llega; mira a esta hora se estará preguntando donde estará la Mary y porqué su papelera está llena aún. ¿Se lo explicará Vd., verdad?
-Bueno, bueno por eso no se preocupe ahora; continúe por favor.
-Cuando tiré de la puerta, hacía un cuarto de hora que mi Paco había salido. Todo lo más media hora. Eché la llave, con las tres vueltas, que hay mucho chorizo en el barrio, sabe y salí a la calle para el metro.  Hacía mucho frío, asín que me puse el gorro, la bufanda y salí pitando.
-Letrado, dígale a su cliente que abrevie, tengo más cosas que hacer hoy.  
-Si señoría. A ver María por favor, céntrese en lo que ya hemos hablado. Cuéntele al Sr. Juez sólo lo que tenga que ver con su marido.
- Si a eso iba, pero con tanta interrupción ya he perdido el hilo y voy a tener que empezar otra vez.
-Mire no, dejémoslo estar, María, Vd. ha salido de su casa con la bufanda y el gorro, va pitando por la calle y entonces ¿qué?
-Como le intentaba decir, a esas horas tengo que ir deprisa porque si no se me enfrían las rodillas y estoy todo el día con un dolor de huesos que me cruje. Antes, cuando hicieron el metro, tenía que atravesar todo el parque con el frío que hacía, pero ahora han puesto una entrada y por el túnel se va más calentito.
-Siga por favor, no se disperse.
-Como le estaba diciendo, cuando llegué a la parada del metro, cogí los papeles
-¿El qué?
-Los perioquidos, hombre.

-Bien siga.
 -Yo no los leo, pero me gusta mucho ver los santos, paso el rato y no tengo que ir pensando en otra cosa.
-Por favor María, vamos.
-Verá, las oficinas que limpio están en el ochenta la calle Velázquez, asín que tengo que coger el metro en Simancas, me bajo en Pueblo Nuevo, después la línea cinco hasta Núñez de Balboa y luego andar un rato desde la plaza de la estatua, nunca me acuerdo cómo se llama , hasta allí.
-Entonces, ¿se puede saber que hacía en la estación de Aluche?
-Pues verá Sr. Juez, cuando estaba bajando las escaleras para hacer transbordo en Pueblo Nuevo, vi a mi Paco. La verdad es que me extrañó, sabe, mi Paco lleva todo la vida yendo en metro y no se equivoca nunca de parada, pero a esa hora no tenía que estar allí. Miré el reloj, mire me lo regalo mi Paco, él entraba a trabajar en el supermercado a y media, ya eran y veinte y estaba en otra línea, en otra dirección.
-¿Qué hizo entonces?
-Qué Dios me perdone por lo que hice. Con lo desconfiada que soy, lo primero que pensé es que le habían despedido y no me había dicho nada o que iba a verse con alguna mujer, con la cantidad de mosquitas muertas que andan por ahí sueltas y como  no sabía qué pensar, le seguí. Seguro que iba a llegar tarde al trabajo, pero si tenía suerte y ese día estaba D. Javier, seguro que no me regañaría demasiado. Es tan bueno.
-Siga, no pare ahora
-¿Qué pasó entonces?
-Mi Paco, cogió la salida de la línea verde, la que ponía dirección Casa de Campo. Yo estaba azorada por que por allí no había ido nunca, pero le seguí desde lo lejos. Cogió las escaleras mecánicas después de esperar la cola de tanta gente que había y fue entonces cuando vi al otro señor.
-¿Qué hombre?
-Era la primera vez que lo veía. Discutieron cuando iban a subirse, pero mi marido no le hizo caso.  El otro tuvo que esperar, yo estaba casi a su altura cuando montó y subió corriendo por ellas. Mi Paco ya estaba a punto de bajarse cuando aquel hombre llegó a su altura y con el hombro le golpeó a la vez que seguía subiendo. Mi hombre que era muy bravo, le siguió y fueron discutiendo y gesticulando. No sabía lo que decían pero desde luego estaban de bronca.
-¿No llegó a escuchar nada?, venga María recuerde.
-No, de verdad que no. Ellos siguieron andando hacía el andén. Yo me quedé fuera para que no pudiera verme y cuando llegó el tren, les busqué y me entré en el vagón de atrás. Había mucha gente, asín que me quedé en las puertas para ver cuando salían.
A veces podía verles entre el público, pero ya no discutían, estaban agarrados a la barra mirándose uno enfrente del otro.
-Sra. López, descríbanos cómo era ese hombre. ¿Lo vio bien?
-Mire señor, yo a mi Paco lo distinguiría a un kilometro, aunque fuera sólo por su olor, pero al otro que estaba de espaldas, no le pude ver bien hasta más adelante. Cuando…
-Vamos  por partes y pongamos un poco de orden, estaban todos en el tren, ellos dos en un vagón y Vd. en el otro. Les miraba pero ya no discutían y estaban uno frente a otro, ¿de acuerdo? ¿Entonces qué pasó?
-Cuando el metro llegó a Aluche, se bajaron los dos y se pusieron otra vez a discutir. Yo  había salido también y mi curiosidad y mi estado de preocupación ya no me permitían ver aquello  sin acercarme. Me armé de valor y me fui hacia ellos. Casi estaba a su altura, cuando mi Paco me vio, me miró y yo le miré. En su cara sólo pude ver primero sorpresa y después miedo.
-¿Fue cuando pudo ver al otro señor?
-Silencio letrado. Termine de una vez.
-Sí, vi el miedo en su cara al mirarme y luego seguí su vista que señalaba al otro hombre. Al observarle por primera vez me sobresalté y pasado el primer momento empecé a comprender. Aquella persona no era ningún desconocido para mi Paco, era su vivo retrato del día que nos casamos. El andén había quedado vacío y yo estaba junto a ellos tratando de reaccionar. Ellos me miraban y creo que también querían reaccionar. No podía ser, mi Paco no me podía haber hecho eso, no, mi Paco no. Todos los años junto a él se me vinieron a la cabeza como un baile de fotos, todas las privaciones, todas las miserias, hasta el hambre. Noté cómo me latía el corazón en las sienes y él que me conocía bien me dijo: - Espera, te lo puedo explicar, no te pongas así. Pero esas cosas Sr. Juez  no se pueden explicar. Me fui hacía él  y cuando llegaba el tren le empujé.


Luiscar





                                                         



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