lunes, 17 de diciembre de 2012

Un Segundo en una vida

Escribí "Un segundo en una vida" a principios del verano pasado. Fue una inspiración repentina. Paseaba por la Plaza de Santa Ana y por la Plaza del Angel en un recorrido habitual. Me gusta caminar por esas calles y ver la animación de la gente en las terrazas, en los bares o incluso en los mismos bancos de la plaza. Calles como Espoz y Mina, Alvarez Gato o la calle de las Huertas, forman parte del paisaje de mi vida. La historía surgió ese día en un instante en que me quedé mirando la cartelera del Café Central. Espero que os guste y que me ayudeis a seguir mi camino con vuestros comentarios.

Un segundo en una vida

            Entró por última vez en el Café Central. Estaba segura de lo que iba a suceder. Lo había meditado durante toda la noche anterior al ritmo de los ronquidos del bruto que dormía a su lado. En un tiempo estuvo convencida de estar profundamente enamorada de él pero, ahora, sus ojos no veían en él sino un amasijo de secreciones, sonidos guturales y hediondos olores corporales.
            En su juventud aquel café había sido uno sus lugares preferidos, había aprendido a escuchar una música que no estaba en los circuitos comerciales, había admirado a músicos que, con sólo un instrumento de metal, eran capaces de alcanzar su más interno yo y había reído con la pandilla. Se había hecho adulta, sin darse cuenta.
Comenzó a elegir entre opciones, a esperar que los problemas desapareciesen por sí solos o bien  afrontarlos con la sensación de no tener a quién recurrir en caso de cataclismo.
            Se sentó en el banco corrido forrado de negro, justo en la esquina bajo los espejos. Era un buen lugar, desde allí podía observar todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba como en un pequeño edén; a su izquierda una pareja malhumorada discutía en voz baja con una mayúscula dinámica corporal, a su derecha, otra pareja, ambos mucho más jóvenes, se abrazaban y besaban con una, también, robusta gesticulación visual.
            En seguida se acercó un joven camarero de azules ojos y ajustado mandil que portaba sobre la bandeja un servilletero, una carta y la más grácil de sus sonrisas.
-          Hola, ¿qué vas a tomar?
-          Algo oscuro, ¿qué me ofreces?
-          ¿Te refieres a algo oscuro como la Coca-Cola o a algo más sutil como un coctel de sangre de virgen sacrificada bajo el influjo de la luna llena.
            Aquella respuesta le sorprendió, no esperaba en ningún caso ese atrevimiento por parte del joven camarero; pero le hizo gracia y así, sin querer entrar en su juego,  contestó con un tono de firmeza en la voz.
-          No, mejor me vas a poner un café, bien cargado, para estar atenta cuando sea la hora de tomar ese coctel que me has ofrecido. Supongo que no se servirá hasta la media noche y que a esa hora esto estará repleto de espíritus inquietos, ¿verdad?

            Una vez se hubo alejado el camarero, se fijó en el triángulo de sus espaldas. En otro tiempo, habría actuado, pero esa noche el guión ya estaba escrito y no estaba dispuesta a improvisar. Le había costado un enorme esfuerzo decidirse, después de todo lo que había sucedido. No había marcha atrás.
Llevaba la cápsula en el pastillero; si no lo hacía esta noche, quién sabe cuándo volvería a reunir el valor suficiente para acometerlo, intentarlo; no volvería a dejarse llevar por los acontecimientos. Era el momento de retomar las riendas de su vida y quería marchar al paso, nada de galopar, eso se había acabado; no, se negaba a caer de nuevo en el mismo error. Nunca más volvería a ocurrir.
            Estaba triste. Una melodía con base de contrabajo y un piano le hacían recorrer oscuros pasadizos de melancolía. Sonrió amargamente. Como réquiem no estaba nada mal.
El camarero se acercó con un café humeante, repleto de crema hasta el borde.
-          Si es un chiste gracioso me lo podías contar.
            Sus miradas quedaron ancladas, la de ella, glacial, sostuvo el pulso hasta que al camarero no le quedó más remedio que recular (qué seguro está de sí mismo, ¿tendrá la misma seguridad dentro de veinte años, cuando tenga más calva que pelo?)
-          No, muchacho -quiso bajar aquellos humos que emanaban de su sonrisa angelical-, no es un buen chiste, pero jóvenes como tú me los he comido para merendar a centenares y ninguno se me ha indigestado.
-          Disculpa, sólo pretendía ser amable, no obstante, si no tienes nada mejor que hacer salgo a la una. Si te parece, podemos tomar una cerveza mientras me devoras.
Era obvio que le gustaban los retos y lanzaba su red al vacío en busca de pesca fresca.
-          ¿Eres así de pertinaz con todas las mujeres o sólo con la maduras que van desamparadas? Anda, artista, tráeme un vaso de agua mientras pienso en cómo te cocino.
            Le siguió con la mirada, pero esta vez sí se fijó en sus movimientos, en lo que hacía y en cómo conversaba con los demás clientes. Parecía aún más tierno de lejos que cuando lo tenía delante. ¡Menudo embaucador! Seguro que había batallado en muchos más lechos de lo que su joven apariencia podría indicar. Parecía de esos que llevaban un cuaderno con las anotaciones de sus conquistas; desde que el mundo era mundo y el hombre era hombre, siempre hubo a quien le gustaba propagar a los cuatro puntos cardinales sus conquistas, bien para sentirse  poderoso o bien para que los demás hicieran que uno desea; qué era eso sino poder. Pero ahora éste era suyo, de nadie dependía, ni de nadie recibía instrucciones. La decisión estaba tomada y ese era el momento.
            Pedro Iturralde interpretaba el saxo a través de los altavoces, las notas flotaban en el ambiente, danzaban entre los reflejos de los fríos espejos que estaban enmarcados sobre los asientos. Tenía las manos heladas, no notó la fría sensación del mármol bajo sus dedos, era el acto de decisión final. Puso el bolso sobre la mesa, rebuscó en él hasta encontrar el pastillero. Lo abrió. Tomó la ampolla que contenía el líquido claro y lo escanció sobre el café. No tenía nada escrito, ni a quién escribir; su legado se había perdido ya, Alba se lo había llevado. Era a quién lo hubiera donado, pero la vida es a veces como una broma pesada, cuanto más dura, menos gracia tiene vivirla; y los últimos años, sin duda, habían sobrado.
            Asió la taza. Estaba preparada. Recorrió la sala con la mirada, trató de fijar la imagen del momento en su retina y después contemplo detenidamente la foto de Alba en su sexto cumpleaños. Quizás lo último que viera fuera lo que perdurara en su consciencia para siempre; si es que había un siempre o quizás un nunca jamás. Estaba cansada. Cerró los ojos, abrió la boca y tomó un sorbo, comprobó que estaba caliente pero no quemase, no soportaría quemarse la boca, y así, de un sorbo, bebió el resto hasta vaciar la taza. 
            En primer lugar, notó el calor del líquido que bajaba por el esófago hasta llegar al estómago. Comenzó a oler a almendras amargas y supo que estaba en camino. Había tomado un billete de ida para un crucero, sin trasbordos ni regreso.
            Un enorme dolor le contrajo el abdomen. Se cubrió con los brazos para evitar que explotara; como si un alien alojado en su interior, estuviera desgarrándolo por dentro para poder salir. Comenzó a faltarle el aire y a su cabeza acudieron imágenes, aromas, sonidos y sensaciones, todos ellos recordándole quién había sido.
"¡Qué aroma a café!, uh. ¡Qué amargo! ¿Vienes? Vamos a dar una fiesta en casa de Lucía… Escuchó llorar, un llanto lento, lánguido, más bien parecía que alguien estaba sollozando, susurrando en su oído palabras mágicas. ¡No te vayas, aguanta!.. Sintió el calor de unos labios recorriendo su cuello hasta quedar sellados en su nuca, después de desplegar sus brazos alrededor de la sedosa cintura, arribaron al húmedo puerto de su boca…
Escuchó un fuerte estruendo a su alrededor, abrió los ojos y notó que todo a su alrededor se movía
¡Mami, mami, corre, ven..! El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, paja y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera... No me digas que no te atreves, ven conmigo, ¿ves ese hotel? Desde arriba se ve la terraza del Café Central y al otro lado la estatua de Lorca, hagámoslo allí arriba… ¿Por qué te fuiste, Alba? Mi niña de piel de cristal, tan pequeña… Abrázame fuerte, ¡déjame escuchar tu corazón! ¡Cómo palpita! ¿Podemos repetir eso..?
No podía respirar, su cerebro daba órdenes pero su cuerpo no respondía.
…Es una verdad universalmente reconocida que al hombre soltero, poseedor de fortuna cuantiosa, le hace falta casarse… Me haces daño, los brazos escudando la cara, acto reflejo tantas veces repetido… escribir esta noche…La tórrida lluvia recorría toda su  piel, las gotas de agua dibujaban autopistas en su espalda desnuda, Fran, desnudo también, corría hacia ella en la solitaria playa…Yesterday, all my troubles seemmed so far away…
Su estómago recibió una sacudida más; algo líquido inundó su interior. Intentó hablar pero la lengua no se pudo mover, tenía algo en la boca que se lo impedía
Love of my life you hurt me, you broken my heart and now you leave me…

Vomitó, cerró los ojos y esperó.
            …Las manos teñidas en rojo, bajo la ducha frotaba todo su cuerpo con desesperación. Quería lavar su culpa. El líquido carmesí teñía el agua que goteaba en la porcelana blanca; miedo, frio, liberación, estaba hecho…sentada en el suelo junto a él inerte, ella, exhausta…bienvenida mi niña de piel arrugada ¡qué pequeña eres!... Dos por dos, cuatro, dos por tres, seis...Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas mas allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tanhauser, todos esos momentos se perderán en el tiempo como lagrimas en la lluvia, es hora de ...
            Quiso abrir los ojos pero no pudo. Esperó y siguió esperando, tenía grabada una imagen del Café Central y una niña sonriente en la retina que poco a poco se fundió en negro.

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